Las pasiones de la luz, aforismos de Diana Galindo. Un libro necesario en nuestro ámbito
Ya es lugar común. La poesía es la aristocracia literaria; la prosa, el proletariado de las letras. Lugar común que simplifica en aras de ganar comprensión, pero que termina por excluir en términos de estricta clasificación. ¿No son acaso los más sagaces ensayistas, a la vez, finos y elegantes cuasi poetas de algún modo descarriados? En vía contraria: ¿cómo encasillar con toda justicia y precisión a Antonio Porchia? Por más que las Voces posean su pasaporte poético, hay ahí más mucho más que poesía. La primera vez que llegaron a mis manos una selección de las Voces de Porchia yo las leí y releí azorado. Segurísimo que estaba ante un compendio de aforismos. Aún podría ponerme necio y asegurar que Porchia escribió aforismos y no poemas.
El
aforismo es, a mi parecer, uno de los más fascinantes artefactos literarios. Y
aquí va otro lugar común: quizá el más difícil del dominar. Pero lo común no le
resta veracidad al lugar: de qué es complicado sentarse a hacer aforismos, es
complicadísimo. Corto y preciso, encierra en su delicada forma no sólo belleza
sino sabiduría. Tal y como lo hace la buena poesía… a no ser que su estructura
obedece a las reglas de la prosa. Contenido en caracteres y abundante en
enseñanza, el aforismo es a la vez microensayo y diminuto poema; escueto y
profundo, como una buena golosina o un buen caballito de licor nos sacia pero
nos deja queriendo más.
Como
nos deja queriendo más líneas la obra que hoy tenemos el orgullo de presentar: Las Pasiones de la Luz (Diana Galindo
Barajas, 1994), editada por La Infame Turba en este 2022, tercer año de la
todavía infame pandemia que nos azota. Así pues, la celebración vale doble: por
el libro de Diana en sí mismo, y por el debut con el pie derecho de la
editorial. Hago entonces expansivo mi reconocimiento a la autora del volumen en
comento y a su editor: Ramsés Oviedo.
Es
relativamente sencillo leer un aforismo. No estoy tan seguro que la misma
simplicidad se presuponga para comprenderlo. Mucho menos fácil todavía debe ser
el escribirlo. No es casual que sea un género tan poco frecuentado por la
tradición de la literatura nacional. Menos todavía en lo que respecta
propiamente a la rama queretana a la que de algún modo nos abrazamos.
Y
es que la dificultad técnica para cultivar el aforismo no es menor: no a todos
nos es dado el prodigio de lo breve y lo claro, esas formas indispensables de
la cortesía que el autor tiene para su lector, a decir de Ortega. Ojalá todos
pudiéramos exponer de manera nítida y suficiente nuestra filosofía por medio
del aforismo como Nietzsche o Cioran… Precisamente debido a esta suma
dificultad que advierto para escribir aforismos de un modo sustancial y
pertinente es que es digno de todo encomio la publicación del libro de Diana
que esta tarde nos convoca.
*
Antiquísimo,
el aforismo, sin embargo es un género remasterizado y muy ad hoc para nuestra
época fragmentada y siempre perdida en la aceleración de la productividad en
menoscabo de un genuino crecimiento interno: nuestros atolondrados tiempos,
como diría Juan Carlos Moreno Romo –una de la figuras tutelares en la formación
universitaria de Diana. Al igual que el Haiku o el microrelato, el aforismo
expresa con elegancia y estilo pretendidamente literario lo que un Tweet nos
parece una neta chida: una Revelación, ni más ni menos. Revelación a la que,
por cierto, ya sea por prisa o por urgencia, a veces impostadas a veces
verídicas, casi nunca prestamos atención. No nos detenemos a deletrear ni
descifrar. “A veces la vida es un fluir constante pero no saber detenerse es una
forma de olvido.” Aunque, la propia Diana precisa páginas más adelante:
“Si
no tiene tiempo de detenerse no lo haga, sin una buena pregunta no hay razón
para el detenimiento.” Sospecho que las 54 páginas de este libro
representan un paradero en el camino existencial de Diana. Estos aforismos le
han significado a ella respuestas, parciales o definitivas no lo sabemos, a una
buena cantidad de dudas que se agazapan tras en el enredo cotidiano de no
claudicar pese a que el desánimo, la turbiedad y la podredumbre nos exigen
tirar el arpa.
*
Diez
años atrás cursé un inolvidable taller de lengua y cultura dividido en dos
módulos: portugués (brasileño si hemos de precisar) y japonés. De entre los
alumnos, en la sección del nipón, destacaba una adolescente algo tímida y
retraída quien, no obstante, sesión tras sesión, a todos nos dejaba
sorprendidos con la naturalidad con que trazaba y pronunciaba los símbolos del
hiragana. Esa era Diana, quien ya denotaba una curiosidad intelectual y
estética fuera de lo común. Desde entonces nos hemos perdido la pista y
reencontrado ya varias veces en los vericuetos laterales del mundillo cultural
y literario de la ciudad. Quizá lo que de alguna manera despierta mutua
simpatía entre nosotros sea esa especie de pertinaz convicción –o condena- que
nos permite estar sin estar, pertenecer sin terminar de accesar del todo a esa
entelequia: la literatura local. Joven filósofa con múltiples preocupaciones
vitales y epistemológicas, Diana lleva ya algún tiempo trabajando en el ramo de
la traducción. “Cada personalidad tiene muchas caras, a veces vienen por momentos y no
se les vuelve a ver.”
Es
también una escritora sui generis en el campo de la literatura queretana,
autora ya de varios poemarios y una noveleta de ciencia ficción. Como a varios,
como a casi todos sucede, su obra es escasamente conocida y mucho menos
comentada por algo así como la crítica literaria. La falta de un número poco
más razonable de lectores es un mal general de nuestra modesta tradición
literaria local, creo. A ello habría que sumar varios factores más: sin que yo
sepa al menos de ningún diferendo total y definitivo, en rigor Diana no
pertenece a cenáculo alguno de autoras. En parte por la singularidad de su
obra, en parte también por su temperamento, y en parte, por último, del exilio laboral
que en los últimos tiempos la ha mantenido más bien desligada de lo mucho o
poco que acontece en Querétaro como campo de pequeñas batallas culturales.
*
Diana,
lo hemos adelantado ya, es una amante del idioma y la cultura del país del sol
naciente. La personal lucha por la supervivencia la ha llevado por los
derroteros de la traducción. Pero no en trabajos propiamente editoriales como
supondría la biografía idealizada de una escritora, sino en el denso y
abigarrado mundo de la Industria Global. Diana traduce, sí, y del japonés que
tanto ama, pero no a poetas o novelistas, sino a ejecutivos e ingenieros. Y, al
parecer, entre los aburridas circulares, órdenes de compras y pagos, y juntas
de negocios, se ha dado el tiempo de escribir esta colección maravillosa de 228
aforismos.
Y
he aquí que yo me la imagino un poco como a Pessoa, frustrado y aburrido en la
compañía comercial inglesa, inventándose, al menos, otra vida (la de las
letras) para sobrellevar con un poco de serenidad lo terrible y estresante que
puede llegar a ser la despersonalización laboral en el mundo contemporáneo. “Un
genio no tiene tiempo para cansarse, pues alarga el tiempo con su fuerza mental.”
“En la
lucha contra el tiempo, la luz gana.” Siempre ha sido de esa forma. No
parece que esto vaya a cambiar. Al menos no creo atestiguar yo ese prodigio de
la técnica. Lo que si me es, y no es dado atestiguar a todos los aquí
congregados ahora, es la refrescante presencia de una voz nueva y poderosa en
nuestras letras. No deje pasar la oportunidad de irse a casa con esta joya
editorial en el bolsillo. Leamos una y otra vez este pequeño gran libro en que
luz y tiempo se conjugan en la pasión de Diana: la palabra, el conocimiento del
Ser como una lucha consigo misma, cercada siempre por la finitud, ese perímetro
trazado con luz y tiempo. “Querer conocer significa empezar a asomarse
en la eternidad.”
*
Decía
yo al principio que no cualquiera –de hecho: casi nadie- es capaz de llevar a
buen término el proyecto de escribir un libro de aforismos. Yo no podría: tan
dado que soy a untar tal cantidad de crema en mis tacos que la tortilla termina
por desbaratarse en mis manos. Diana, en cambio, ha logrado dar en el blanco
para casi inaugurar el género en Querétaro. (Excepción hecha de José Martín
Hurtado Galves, ¿quién antes se había atrevido a publicar explícitamente un
libro de aforismos por aquí?).
“Cada
ser humano es la posibilidad de nombrar nuevas bellezas.” Y si nombrar
es al menos una forma rudimentaria de la creación, una condición de posibilidad
al menos (lo que se nombra ya existe al menos en el espacio imaginario de quien
lo ha bautizado), Diana Galindo Barajas ha creado un texto de singular belleza
y hondura: ha hecho real su potencia, su posibilidad. Ha dotado a la humanidad
toda de un hiato donde lo atroz del existir encuentra una habitación más
confortable.
Las pasiones de la luz es,
pues, un libro necesario en nuestro ámbito. Pero así como urgía que se
escribiera, exige también que nos comprometamos a visitar sus páginas y revisar
sus verdades. Se trata de un libro conciso. Preciso y preciosos al que muy
seguramente ningún favor le hago yo al comentarlo esta velada: mi perorata
siempre se prolonga; el libro de Diana tan sólo dice lo que tiene por decir y
sabe exactamente cuándo abrir un espacio de silencio para que la luz y la
pasión se cuelen y sacudan lo profundo de nuestra humana esencia.
Es
tiempo, pues, de que yo me calle para que Pasiones
de la luz y Diana Galindo Barajas hablen con sus pocas palabras que tanto
nos dicen.
Rodolfo C. Paulín, Querétaro Julio
22, 2022
Rodolfo C. Paulín (Qro., 1981)
Ensayista y cronista. Autor de Bitácora Queretafóbica (FEQ, 2018) y Lego. Modelo para armar: consideraciones sobre literatura queretana contemporánea (Ediciones La Copia, 2021)
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